Todos experimentaremos una realidad ineludible, esta es que llegará el momento de afrontar nuestras debilidades tanto como aceptamos nuestras fortalezas. La debilidad no necesariamente es un pecado. Esta puede ser un área que está bajo formación, un área en la que definitivamente no hay suficiencia ni capacidad alguna humana que pueda hacerla sobresalir, crecer o fortalecer.

La debilidad delata el material del cual fuimos hechos: la tierra. La tierra, es frágil, imperfecta. No fuimos hechos de hierro, aunque lo contenemos. No somos de oro, aunque podemos brillar. No es un error ser débil. No es malo ser débil. Nuestra vulnerabilidad es buena hasta un punto; ella nos afirma en el lugar correcto: en el poder de Dios.

El poder de nuestro Señor es la sustancia y el sustento que complementa nuestra debilidad. No quiere decir que vinimos con defectos de fabrica, para nada; más bien sugiere que fuimos desarrollados para funcionar a plenitud al vivir vinculados a la fuente de nuestro Diseñador.

Esto puede ser más fácil de entender si lo miramos a través del ejemplo de nuestros smartphones el día de hoy; ellos podrán funcionar a plenitud con los periféricos desarrollados por su propio fabricante; por ejemplo, si usamos un equipo exclusivo de iPhone en Samsung, posiblemente nunca saquemos el cien por ciento del provecho para el cual fue hecho. Sólo si usamos ese equipo exclusivo de iPhone con un iPhone, podremos revelar su máximo potencial para el cual fue diseñado.

Tu y yo fuimos creados para trabajar vinculados a nuestro al Espíritu Santo, que es Dios, es decir, fuimos creados para vivir vinculados a nuestro Diseñador. Sin él o lejos de él, nuestro potencial se limita y nuestra debilidad se maximiza. Pero, cuando vivimos vinculados a nuestro Señor en adoración, oración, leyendo y escudriñando su Palabra, nuestra debilidad se minimiza, nuestro potencial se maximiza, nuestra vida crece, nuestro propósito brilla, nuestro caminar se afirma y llegamos a ser aquello para lo que fuimos creados en Cristo Jesús.