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Limpiando mi templo y morada del Espíritu Santo
El Señor nos ha convocado a la consagración, un camino que implica una lucha constante y pruebas diarias. Desde el instante en que reconocemos a Jesús como nuestro salvador, se nos otorga una autoridad divina y cedemos un derecho legal a Dios, eliminando cualquier derecho del enemigo y convirtiéndonos en agentes de Dios en la tierra.
Esta conciencia exige mayor atención a nuestras acciones y palabras, ya que el Espíritu Santo, que mora en nosotros, nos revela nuestros errores.
Marcos 16 nos enseña que hay señales que seguirán a los que creen: “En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán”
Sin embargo, esta autoridad en Cristo tiene un costo: cerrar puertas. Todos estamos llamados a vivir en consagración y debemos alinearnos con el plan de Dios para evitar abrir puertas espirituales. Con la ayuda del Señor, ¡podemos lograrlo!
Las puertas pueden separarnos de las bendiciones o maldiciones, representan un límite entre dos mundos. A puerta cerrada, hacemos cosas que probablemente no haríamos frente a otros. Pero las puertas también son entradas para los demonios, que pasan a nuestra morada cuando las abrimos. Debemos comprender que nosotros mismos abrimos estas puertas espirituales en nuestros momentos de debilidad y agotamiento. Por eso, estamos llamados a cerrarlas y no dar lugar al diablo en nuestra vulnerabilidad.
Tenemos la autoridad para cerrar cada puerta abierta y debemos renovar nuestra mente a la mente de Cristo. Cada pequeña cosa que has permitido entrar son las que te han impedido ver las maravillas que el Señor tiene para tu vida.
Pide a Dios que te revele las puertas que has abierto por los pecados cometidos; que te limpie, te purifique y te permita soltar. ¡Su misericordia te alcanzará!
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