El fuego de Dios prometido es una realidad para cada hijo e hija de Dios.
Si algo quiere Dios para este tiempo es una iglesia llena del Espíritu Santo, consagrada, avivada, que podamos dar testimonio de aquel que nos salvó y murió por la humanidad.
Cuando somos llenos del fuego de Dios, nunca más seremos los mismos; el fuego manifiesta la presencia de Dios.
El fuego de Dios te hará arder por las almas, no puedes estar quieto, querrás servir incondicionalmente a tu Señor. Ese fuego opera como instrumento de juicio divino, también nos llena de pasión, nos impulsa a predicar. Dios no quiere personas frías o tibias sentadas en un templo, quiere que estemos llenos para ir y ejercer la gran comisión.
Aviva el fuego del don de Dios que hay en ti, ¡“Recárgate”! Porque con el fuego apagado no podrás discernir la acechanzas del enemigo, el fuego de Dios purifica, quema la escoria, la maldad, ¡por eso debemos consagrarnos!
Mantente en el primer amor para que ese fuego se mantenga constantemente encendido dentro de ti, busca incesantemente al Señor y esa llama no se apagará.
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