«Volvió la voz a él la segunda vez: Lo que Dios limpió, no lo llames tú común».

Hechos 10:15 | Reina-Valera 1960

La salvación es un privilegio que puede gozar todo aquel que decida recibir a Jesús como único y suficiente Salvador, y seguirlo con obediencia.

Mediante esta palabra, el Señor le dio una lección a Pedro: todos podían ser salvos, todos podían recibir al Espíritu Santo y todos podían ser bautizados. A todos los que creyeran en Jesús y se arrepintieran de sus pecados, sin importar si eran judíos o gentiles.

Esa palabra aún está vigente, por esto hoy podemos entender que no debemos llamar inmundo o común a lo que Dios mismo ha limpiado, porque el sacrificio de la Cruz se hizo para que podamos gozar de la salvación y vida eterna.

Llamamos común a otros cuando los juzgamos desde nuestro pensamiento, cuando procuramos maldición a través de la crítica destructiva, tratando de empañar el testimonio de otros en vez de orientar, aconsejar o edificar. Lo llamamos común cuando actuamos con violencia, desprecio o con indiferencia al dolor del otro.

Si Dios lo limpió, no lo llames común. Sé guarda de tu hermano, ámalo y respétalo; así darás valor a la obra de Jesús en la cruz.

Haz esta oración

Amado Padre, en este día decido caminar en obediencia a ti y poner tu Palabra por obra, siendo guarda de mi hermano, proyectando el fruto de tu Espíritu y el amor que tú nos mostraste a través del sacrificio de la cruz para cubrir nuestro pecados. En el nombre de Jesús, amén.

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