Para esta mujer, estar a los pies de Jesús no tenía precio. No era la más digna, pero nunca fue rechazada por Él. Su actitud sin estigmas, sin posturas, ni estructuras, le hizo llegar al lugar donde todos deberíamos reposar día tras día, a los pies del Salvador.

Lo más costoso que ella pudo derramar a los pies de Jesús no fue el alabastro, fue su corazón, ese verdadero olor grato y fragante delante de aquel que le conocía. Ella no tenía méritos para estar ahí, pero el corazón rendido y humillado, le dio acceso para dar aquello que los fariseos no pudieron dar: el corazón contrito y humillado.

Los fariseos la juzgaron por la clase de vida que llevaba. Los discípulos la criticaron por aparente desperdicio que hizo. Pero Jesús la aceptó por el acto de rendición de su corazón como un olor grato.

Los que conocen nuestra vida pasada, nos juzgarán y no apostarán a nuestro éxito. Los que nos ven rendirnos ante Jesús y derramar nuestras vidas ante él sin prejuicios y en total libertad, nos criticarán, porque para ellos ya debimos haber madurado como para estar en esas posturas. Pero, solo Jesús nos ama sin juzgarnos y sin criticarnos.

El mayor perfume que podemos derramar a Sus pies, es aquel que brota de un corazón rendido, humillado; de ese corazón quebrantado que no busca más que ungir los pies de aquel que le amó. Ese olor grato que brota de cada lágrima, que al correr por nuestras mejillas, evocan la magnitud de la gratitud que nace en nuestro interior al percibir tal incalculable perdón que nos fue otorgado; tan inmerecido amor que nos alcanzó y aquella fidelidad sin igual que nunca nos dejará.

Ese, ese preciso momento, es donde el verdadero y más costoso perfume brota de nuestra vida, que no tiene sin igual en la tierra, que puede alcanzar las alturas, llegando a llenar las hermosas cámaras secretas del cielo, donde se encuentra sentado Aquel que vive y reina por los siglos.