¿Quién tiene sed?

No busquen saciar en otro lugar lo que solo pueden saciar viniendo a mí presencia. ¡Vengamos y bebamos de su fuente!
¿Quién tiene sed?

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¿Quién tiene sed?

‭‭Juan‬ ‭7:37‬ ‭(NBV‬‬)

«El último día de la fiesta, que era el más importante, Jesús se puso de pie y dijo con fuerte voz: ―¡Si alguno tiene sed, venga a mí y beba!»

¿Quién tiene sed? No hablamos de una sed natural, sino de una sed del alma, aquella que no puede ser saciada con el líquido natural, si no que por el contrario, necesita de la Fuente divina; aquella inagotable y eterna, capaz de saciar lo que nada en este mundo puede hacer.

Es imposible poder valorar un oasis, a menos de que atravesemos un desierto árido, sofocante, caluroso y desgastante. Donde no existe sombra alguna, donde el sol pasa de ser un recurso necesario a ser una amenaza inminente. En estos escenarios, los habitantes comunes, se convierten en enemigos al acecho que esperan nuestra caída.

En un desierto nuestra realidad se realza, nuestra vida cambia de perspectiva y nuestros sentidos se agudizan. Lo que parecía bueno, puede cambiar y lo verdaderamente importante ahora es determinante.

Jesús nos hace un llamado a venir a él. Él es la fuente que puede saciar nuestra sed, no la natural, si no la de nuestro ser. Podríamos intentar saciar esa sed con muchos sustitutos, pero estaremos tratando de tapar el sol con pequeño dedo. Todo nuestro ser anhela el agua viva que emana de la fuente verdadera y eterna.

Así como nuestro cuerpo anhela el agua natural, nuestro ser anhela el agua de vida. Esta solo tiene una fuente y se encuentra en Jesús. Fuimos creados por él, para él y en él (Col 1:16). He aquí nuestra dependencia total de aquel que corona la creación.

La vida nos abruma, el día a día nos consume, somos empujados en multitud de afanes, luchas, estrés y cargas emocionales que producen una sed aguda en nuestro ser, pero… ¡Debemos parar! y ¡Detenernos! Debemos hacer un stop ¡ya mismo! Y reconocer que sedientos nunca podremos lograrlo. No llegaremos lejos con esa sed que nos debilita cada vez más.

Necesitamos a Jesús, la fuente inagotable de nuestro existir. Él nos está haciendo un llamado a fuerte voz diciendo: No busquen saciar en otro lugar lo que solo pueden saciar viniendo a mí presencia.

¡Vengamos y bebamos de su fuente!

Toma un tiempo para orar

Amado salvador y fuente de mi vida, cuanto te necesito hoy. Tu eres la fuente de mi existir y mi provisión de vida. Suelto en tus manos todo lo que soy, mi profunda sed, para que en ti sea saciado. Hoy menguo para que tu crezcas en mi y me hagas más como tu a través de tu presencia. Permíteme beber de tus dulces aguas. Permíteme saciar mi ser en tu fuente eterna pues te necesito. En el nombre de Jesús, amén.

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