Nuestra fe habla por nuestras obras. Qué acciones estamos haciendo por fe y dirán qué clase de fe tenemos: una fe avivada o una fe moribunda.

Nuestra interpretación de fe se ha convertido en icono de religiosidad, de asistir a la iglesia cada domingo y listo, y esto no es el todo, esto es apenas una minúscula parte de la fe. La fe es nuestro canal de bendición hacia los demás. Es el medio mediante cuál hemos sido salvados.

La fe es aquello mediante el cual el Padre le habla al mundo a través de nosotros acerca de su hijo Jesús y el camino de redención.

La fe no es abstracta, no es ambigua, no es amorfa. La fe tiene la forma de buenas obras que Dios preparó de antemano para que anduviesemos en ellas. Claro, está forma de obras nunca podrán otorganos salvación, pero si la gran satisfacción de saber que estamos haciendo la voluntad del Padre en la tierra de los vivientes.

Nuestra fe debe hablar con amor y respeto; nuestra fe debe dar con manos abiertas; nuestra fe debe vestir al desnudo, dar a comer al hambriento, dar agua al sediento.

La fe interrumpe el confort para ir a la acción de ayuda.

¿Qué están diciendo tus obras acerca de tu fe? Las acciones que pones en marcha dirán qué clase de fe tienes: una fe avivada o una fe muerta. Hay algo cierto ¡Hemos tergiversado la fe! convirtiéndola en icono de religiosidad, abstracta, vacía e insípida, nada apetecible y ¡Sin obras! ¡Despertemos! Este es un modelo errado de la fe. El verdadero modelo lo hayamos en Jesús, su autor y consumador (Heb 12:2) En Jesús, la fe se deletrea A-C-C-I-O-N. Fuimos creados en Él para hacer buenas obras de bien (Efe 2:10), mediante el cual el Padre le hablará al mundo acerca de Jesús y su plan de redención. Que nuestras acciones hablen más de nuestra fe, que nuestras palabras.

¡Importante! Las obras no podrán salvarnos por muy buenas que sean, pero si tenemos la fe en aquel que nos salvó, vivamos haciendo buenas obras.